Los aviones no se caen, decían las aeromozas con una botellita de vino en cada mano.
La violonchelista se reía de sus pensamientos matemáticos sobre el amor.
Regla de tres para el estudio de las ganas un sábado por la noche.
Sobrevolamos
el Atlántico con fiebre por miedo a la resistencia de la ley de
atracción donde un cuerpo es imantado por otro cuerpo hacia la
destrucción.
De vez en cuando nos veíamos entre los asientos y por encima de las cabezas de todos los tamaños.
Seguramente
ya nos amábamos, dijimos después. Ya era improbable olvidarse que los
aviones se caen como si la cuerda que los sostiene temblara sin ninguna
resistencia a esa ley que dice que tú y yo haríamos una cruzada elíptica
sobre la tierra solo para caer.
La
mexicana interesada en Andrés Caicedo que se pasó de asiento por mi
petición me hablaba al oído de Burroughs.
Y de vez en cuando, del fondo
de la cabina donde íbamos a buscar las botellitas de vino francés,
aparecía William Lee sosteniendo su máquina de escribir con una mano y
en la otra un papel con una frase: el amor es un bicho que espía lo que
eres.
Y se ríe cuando me sirve una copa. Tú también me observas desde el
puesto 49. La azafata se ríe y dice: s'il vous plaît votre siège y toma
conmigo notas de Strawberry tea o vino tinto aguarapado por la
distancia que hemos tenido que cruzar para vernos.
Desde
el puesto 49 al 19 caminamos por una ladera que lleva a un río. Allí te
puedo coger la mano, te digo que te quiero sin dejar de mirarte.
La
mexicana y la violonchelista adicta a las matemáticas y al puzle musical
no hablan de sus clítoris. Hablan de música y de libros.
De los
próximos viajes en avión. Les digo que los aviones se caen casi siempre
cuando ya no hay esperanzas. Me entristece tocar tierra porque la
realidad se rompe en mi cara.
Tú besas mi cara mientras me cepillo los
dientes, le sonríes al espectro que te sonríe cepillándose. Detrás de
todo está William Lee sospechando de nosotras.
Escribiendo poemitas
sobre las ventanillas. Avisando que viene el Caribe pronto. Que nos
quedan horas de vida. Que el avión caerá. Que debemos decir todo lo que
no hemos dicho.
El amor no se quemará dice William Lee desde la cabina
con la voz del capitán.