miércoles, 30 de abril de 2014

Escribir es una cadencia impetuosa que termina en una sensación armónica y desmedida. Es el Guissepe Verdi de Callas con vino y noches de insomnio. Escribir es tener sexo escuchando "All the things you are" de Ella Fitzgeralg. Escribir es saborear la angustia Socrática de no saber.


DETALLES CUADRICULADOS DE PICASSO


Hoy que poso mi mano en tu rodilla
Picasso.
y te llamo por tu nombre 
y ya no hay máscaras que te oculten
y me despierto en los resquicios de otra piel
y te regalo un libro pensado
en tu oficina de Los Chaguaramos
y comemos ostras vivas con vino blanco y limón
y lloramos como dos pájaros asustados con las secuelas del insomnio

sin amarnos tanto
sin desearnos tanto
EN ISLAS DE PAPEL MACHÉ AZUL VERDOSAS 
donde los cuerpos son solo un SUEÑO DE CRUSOE 

Hoy que TE BESO EN LOS LABIOS
con la VEHEMENCIA LITERARIA de un adolescente –aprendiz de Cortázar y sus cronopios-
y conoces los secretos de mi clítoris

y el regodeo de mi angustia en las librerías

Picasso.
y el resabio de mi dolor al pintar la silueta de tu voz cansada

sobre mis senos


Hoy que te leo
como a un libro preferido y robado

y ya nada puede salvarnos
de este consumo oprobioso del apetito
esta avidez de la memoria que recrudece
con El Leviatán, las Decantaciones Kantianas y El Tratado del Gobierno Civil
arrojados como una tesis loca
sobre el deseo

o es mi angustia de no verte
que me expulsa hacia una soledad empecinada y bruta

Hoy que pongo mi mano en sobre tu rodilla
y tal vez escuchamos a “Tacea la notte placida” de Callas
y los manicomios se quedan en silencio en la noche oscura
y comemos pizza 

Hoy que te toco
como a un saxo desmedido
y las rocas golpean el mar
y yo golpeo tu vientre       apenas
                      nos besamos 
y en la ciudad que se nos cae
lentamente
Pastel sobre papel de hilo.  A. D.
como un orgasmo 
                      absurdo
entre consignas de Chávez
y una banderita ondeando

te toco y sorteo la vida.

Adriana Duré.


Fito Páez - Cadáver Exquisito





Aún hoy leer a Julio Cortázar, Roberto Bolaño -cuya prosa es parecida a estar recorriendo el desierto de Sonora en un Maverik- y otros latinoamericanos como Gabriel García Márquez, César Vallejo, El Chino Valera Mora y otros tantos que se escapan, tienen de fondo -y ridículamente propio quizás- el sabor, el grito, el ahogo, de las canciones de Fito Páez, que resuenan como una voz apagada en alguna parte, en alguna ciudad latinoamericana y encendida luego, años después, en la memoria literaria de quien ha leído a estos escritores y ha soñado mientras escucha una vieja canción de Fito, como ésta que dejo para rodar en su imaginación... A. D.

Me deprime la ciudad, te dije. Y tú bailabas con tus cadenas de tiempo encima de la mesa. En Plaza Venezuela y la Ciudad Universitaria tu nombre resonaba como en los burdeles de la Urdaneta. Todo era un sueño. Tu cuerpo cubierto de alcoholes y trazos de un Kierkergaar recién descubierto. Solo nos podía detener un libro, un cigarrillo.

LA FRANCESA
Una mujer inteligente.

Una mujer hermosa.
Conocía todas las variantes, todas las posibilidades.
Lectora de los aforismos de Duchamp y de los relatos de Defoe.
En general con un auto control envidiable,
Salvo cuando se deprimía y se emborrachaba,
Algo que podía durar dos o tres días,
Una sucesión de burdeos y valiums
Que te ponía la carne de gallina.
Entonces solía contarte las historias que le sucedieron
Entre los 15 y los 18.
Una película de sexo y de terror,
Cuerpos desnudos y negocios en los límites de la ley,
Una actriz vocacional y al mismo tiempo una chica con extraños rasgos de avaricia.
La conocí cuando acababa de cumplir los 25,
En una época tranquila.
Supongo que tenía miedo de la vejez y de la muerte.
La vejez para ella eran los treinta años,
La Guerra de los Treinta Años,
Los treinta años de Cristo cuando empezó a predicar,
Una edad como cualquier otra, le decía mientras cenábamos
A la luz de las velas
Contemplando el discurrir del río más literario del planeta.
Pero para nosotros el prestigio estaba en otra parte,
En las bandas poseídas por la lentitud, en los gestos
Exquisitamente lentos
Del desarreglo nervioso,
En las camas oscuras,
En la multiplicación geométrica de las vitrinas vacías
Y en el hoyo de la realidad,
Nuestro absoluto, 

Nuestro Voltaire,
Nuestra filosofía de dormitorio y tocador.
Como decía, una muchacha inteligente,
Con esa rara virtud previsora
(Rara para nosotros, latinoamericanos)
Que es tan común en su patria,
En donde hasta los asesinos tienen una cartilla de ahorros
y ella no iba a ser menos,
Una cartilla de ahorros y una foto de Tristán Cabral,
La nostalgia de lo no vivido, .
Mientras aquel prestigioso río arrastraba un sol moribundo
Y sobre sus mejillas rodaban lágrimas aparentemente gratuitas.
No me quiero morir, susurraba mientras se corría...
Roberto Bolaño. "Perros Románticos" 

QUÉ SUCEDE

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