Dice el tango: "Todo fue un sueño, un sueño que perdimos, como perdimos los pájaros y el mar". A veces la poesía comienza con tangos, con noches pluviosas y una puta pidiendo fuego, otras empieza con un título absurdo, con un cuadro de un beso lleno de edificios, y la mujer en medio del beso suspira pero nada desaparece y una tal Lempicka pinta sus labios de rojo y su mano rodeando el torso de la ciudad, unas luces de neón que alumbran su acera, su expresión en medio del beso mientras piensa en otro beso, en el beso del beso del beso que nos dimos...
LAS BICICLETAS EN BLANCO Y NEGRO
El
musgo crece sobre los muros de mi casa, alguien llama a la puerta
silenciosamente, es el destino, me digo. Las palabras y los gestos se
reimprimen diariamente en las paredes. Mi cuerpo se rompe bajo el agua, espacios
amorfos bajan hasta la razón. Es madrugada, los sueños asaltan a las sombras en
las esquinas de una habitación inhóspita. Soy un gusano ciego urdiendo los
movimientos de unos labios difuntos. Huyo hacia la mañana, huyo con mis pies y
mis manos ennegrecidas con un poema entre dientes, con una mordaza en mi vagina
avinagrada, en soledad como un navío perdido en un cuerpo de agua salada,
enferma de memoria y de dedos blancos sobre una pintura negra, rancia,
lastimera. Una mujer se masturba y piensa en sus gatos, se masturba con la
noche carcomiéndole los ojos, se da un placer sin dedos ni bocas que se
consagren al verbo amar, sólo placer y sangre reunidos en la punta de la
lengua. Entonces, tus párpados cerrados difuminan las sombras; un gemido se abre
a la noche, tus ojos abren la noche, tu sexo abre la oscuridad de una madrugada
escondida en un desierto mutilado. Soy un gusano ciego atravesado por su fin.
Una lombriz nadando en cortisona, alucinando con ser la ameba de García Bacca.
Eres una lechuza drogada, una sonrisa maniquea en el espejo del baño público,
el delirio de un borracho que afiebra y canta como campanas en un piano sordo
en el río de la imaginación. Un puño de agua estancado en el deseo, cuando hace
frío y Platón sale de su caverna a idear repúblicas de fuego. Mi hierro se
blande en las palmas de tus manos para tocar tu cuerpo, nunca más hierro, nunca
más chispa en la oscuridad del metal hurgando la carne con los sentidos ofuscados.
Vienes a reclamarte en un túnel de azares, dejando reposar tus manos exangües
en la humedad de la lluvia yerma. Soy el espejismo que refleja una alteridad
brutal. El verde se apodera de la casa caída, todos tus rostros rodean la
habitación intoxicada de palabras envenenadas. Palabras vacías que dan al mar (las palabras son ríos de inconciencia) a
través de un lecho obscuro lleno de piedras sulfatadas por el amor de los
vencidos (las palabras suceden
circunstancialmente en la historia).
De Adriana J. R. Durán "Entre dos aguas"
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