COLLAGE DE UNA NOCHE DE OCTUBRE:







Bebes una cerveza en la proximidad del balcón. Fotos en blanco y negro del Guernica postmoderno: Alas descendiendo en la caricatura de tu cuerpo pintado en una pared de Guerrero hipnotizado por balas herrumbrosas. Estás cruzando el Pacífico de mis manos que flotan sobre tu último poemario. Cruzamos la ciudad maldita –a diez mil muertos por minuto- bebiéndonos la muerte a solas con su música. Callas canta sobre las almohadas azules, sobre las nubes verdes de un cuadro de Delaunay mientras te quiero en un abecedario inconcluso. Te encuentro a cada lado del espejo, en el patio del manicomio con una barquilla de fresa. Hoy el vicio no es suficiente para tenerte aquí, entre las viejas páginas de un libro quemado. Ya no escribo en los cafés, ya no beso en los bares, ya no bailo en las calles el rock de las azafatas tristes, solo cierro los ojos a la noche con la ausencia bebiendo de mis sesos el cáliz de una muerte que no recuerdo.






Busco tus gestos entre las calles atestadas de asesinos sin sueldo y boletos de pre-venta, entre gomitas rojas y chocolates de ron, una belleza fulminada por nuestros deseos. Fuimos vendavales callados con libros en las manos, para beber palabras que no se pronuncian. Cuando llegamos era tarde. La universidad era el parnaso de nuestros cuerpos sin juventud. Un pedazo de tierra sin aroma. Una cerveza rociada en un jardín disecado por un poeta encarcelado. Sin embargo me prendé a la alcayata de tu cuerpo como un misterio innecesario. Enamoré en parques vaciados de sol y tu voz cantaba en un cuarto postergado el amor incognoscible. Vencimos estatuas gigantes con el alcohol supurando tinieblas, cuadernos cuadriculados y naranjas dulces del patio vecino. TU BOCA fantasmagórica salía por las ventanas de la ciudad, bacante, a mi encuentro. Bebimos vocka como beber mujeres ebrias en los semáforos de la noche. Nadie soñaba con Picasso cuando tocaba tu cuerpo debajo de las sábanas y el desierto de Sonora tragaba muñecas de hueso. Es la noche, eres tú quien me cerca en un combate perdido. Me atrapas en tu tela de araña, venus postergado, sin nombre posible. Nos ponemos las camisas de las locas, con roscas sagradas en los puños. Un maíz germina en tu vagina, somos una fotografía de 1800 que rompe el concepto. Janis merodea en la calle cerrada de mi ombligo y tú descubres el orgasmo con las manos abiertas haciendo bombas con el chicle de mi boca. Transcurren los noventa y te quiero, mi mano es del tamaño de tu deseo, mi deseo es tan grande como tu placer, no sé lo que soy. Escucho Nirvana, son las doce de un día vencido, deliro comiendo tu labio por primera vez, estás en mi almohada prestada, cinco minutos más para quedarme en la tierra y pertenecer. Tocamos nuestros dedos, tu boca es una amalgama oscura y sedienta que no puedo saciar. Debajo de tus párpados mis óleos. Todo sigue escribiéndose, tus axilas expuestas en un baño público, quiero sublimar, exorcizar, la cicatriz que hace la luz. Solo veo fantasmas en las esquinas de tu cuerpo tumbado como una estatua en el cuadro que no pinto. Saboreo el viejo perfume de tu piel cuando todos se han quedado como mimos en un valle perdido. Es el tiempo que no escampa. Eres mi cicuta, el viejo adagio incomprensible, el dominio que ejercen las estrellas sobre la oscuridad plena. Bebes mi hastío. Guardo retazos de ti, pedazos de tu insomnio –“he conservado intacto el paisaje” M. Benedetti- la gota de ti que puso el último beso. Te escribo en crucigramas, en este dialecto de columnas heridas para una posteridad que no sabremos como acariciar.



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