martes, 22 de octubre de 2019

EL URÓBOROS

Gritó y su grito estremeció a las libélulas. Eso que había estado acumulado en sus tripas o que era el contenido de sus tripas, salió como un eco siniestro de la caverna. Se sintió mejor aunque un poco asustada. Aún no podía cuestionar pero puso nombre a la incertidumbre. Continuó trazando con una piedra el ritmo de sus latidos, pausados, cuando recostaba su cabeza de la caliza inmensa que usaba para cerrar los párpados, rápidos, cuando los cuerpos oscuros y altos la traspasaban.

Dibujó su sexo, diluvio claro, tibio, que era su centro y el origen de otros sonidos. Ese primer grito, gestado por miles de sensaciones contenidas, sería el primer símbolo de su jeroglifo, se llamaría a y significaría infinito (∞). Continuó explorando en el firmamento y en la tierra los misterios que entrañaban lo que le rodeaba. El segundo grito sobrevino de un sueño. Corría y tras sí, un grupo de cuerpos oscuros la atrapaban, gritaron desde adentro como ella lo había hecho y había comprendido que su tiempo de observar y anotar había culminado. Despertó con su propio grito, ahogada, y otra vez en sí, pensó que aquello era un presagio. Anotó el símbolo (Ω) y le llamó omega, fin de todas las cosas. 

Así imaginaba los márgenes de ese pedacito de mundo que habitaba. Una línea dividía en torno a sí, lo otro, hasta los animales en su corporeidad tenían un fin, aunque dentro de ese fin fueran continuos. Este nuevo jeroglífo que tenía asignado un grito llenaba viejos vacíos a los que se veía sometida constantemente. Su hambre no era saciada con este último descubrimiento, buscaba dentro de sí misma los orígenes de aquella voz que lograban habitarla hasta después de apagada entre las piedras de la caverna. La luna se asomaba entre las grietas de su cueva, alumbrando apenas un trozo del primer símbolo descubierto. 

El viento dispersaba la arena, un grupo de nubes taparon rápidamente aquella luna amarilla. La lluvia caía salvajemente sobre los árboles, un ruido de animales asustados bucaban refugio de la tempestad. Sintió miedo, un temor desconocido se había apoderado de sus miembros. Temblaba y los dientes chocaban al mismo tiempo que su cuerpo sufría espasmos. El agua empezó a inundar su refugio, trepó alcanzando una laja en lo alto de la cueva, lloró aliviada, pronto la lluvia amainó y se sintió más segura en lo alto.

Apenas se acordaba de la noche anterior, no obstante, todas las emociones que hubo experimentado tenían un nombre o varios símbolos. El miedo lo sintió como un presagio. Dibujó en las lajas del fondo, criaturas sacadas del lecho oscuro de los sueños. No reconocía sus rostros, éstos se encontraban siempre cubiertos con mantas largas, apenas un brillo denso se asomaba entre las mantas. Pronto descubrió que sus jeroglifos no eran más que una réplica de aquellas sombras que se dibujaban algunos días dentro de su cueva, las mismas sombras que la seguían en sus sueños. Un espasmo recorrió la delgada espina que se extendía hasta el nacimiento de sus nalgas. Sintió curiosidad. ¿Qué eran aquellas sombras? ¿Qué había en el exterior donde habitaban?. Esa noche no pudo descansar. Las sombras eran tan altas como su cueva, la llevaban alzada con los ojos vendados. No podía oír si no murmullos que venían de las mantas. Se detenían y la arrojaban por una pendiente. Despertó con el terror en los ojos, sentía el cuerpo pesado, la boca estaba seca. 

Dibujó en la laja de los sueños un círculo, el uróboros. Sintió que aquel sueño, fue vívido. Tenía marcas en el cuerpo. Empezó a querer dominar sus propios sueños. Caminaba en círculos al caer la tarde. Sntía como las sombras con sus ojos brillantes la observaban a través de millones de párpados que no dejaban de abrir y cerrar cada vez más rápido. Entonces imploró a sus dioses por su salvación. El fuego amainaba por las ráfagas violentas que entraban por la puerta de la cueva. La soledad le pesaba ahora que conocía una forma de comunicarse. No sabía cuánto tiempo había estado allí. No sabía si era capaz de hablar. Apenas recordaba algunas palabras. Pero sí aquellas imágenes, el principio, el fin. Su cuerpo delgado aún no cabía por las ranuras de la cueva. Gritó extenuada, tenía las manos destrozadas, los pies rotos, pasó su lengua por las comisuras de sus labios y estaban agrietados. Recordó que las sombras no podían hacerle daño, aunque luego lo dudaba y venía una acceso de pánico.

Intentó dominarse y dormir. Un pequeña sombra que se hacía más alta había ingresado a la cueva. Ella creía estar a salvo porque no cabía por esa diminuta ranura. Trató de defenderse, pero las fuerzas la abandonaban. Un coro de voces mururaban "uróboros". Otra vez muchas sombras la alzaban por encima de aquellas sábanas oscuras con ojos secos y billantes. Caminaban en círculos, la subían y la bajaban como en una danza acompasada por aquel nombre. Al principio no entendió cómo podía salir de aquella cueva de noche si de día su cuerpo era tan grande  y grueso  que solo lograba lastimarse. Intentó abrir más los ojos, que la escasa luz que salía de unos tubos le permitieran ver qué pasaba. Gritó, y la oyeron. La pusieron en el medio del círculo de sombras, murmuraron "Aleph". El terror blandamente se apoderó de Yek, intentó pararse pero no pudo, sus piernas habían desaparecido. No pudo palpar su cuerpo. Una fuerza la ataba al suelo, dominando el éter. Gritó por segunda vez. Su voz arrasó con el silencio del círculo. Aquellas lámparas encendidas de un amarillo potente, en lo que se habían convertido los miles de ojos que se cerraban y abrían a una velocidad increíble, se cerraron. Murmuraron nuevamente algo, esta vez ininteligible. Del suelo se levantó su cuerpo, con la tierra y las piedras, su cuerpo que ahora no dolía, que ascendía sin ningún peso. Entonces miró hacia abajo y las sombras también se elevaron a su altura. El cielo centelleaba de vez en cuando. Las sombras murmuraban a un ritmo simbiótico, en una lengua incomprensible, algo que entendía como un "ommmmm". 

Miles de ojos se abrieron hacia el firmamento.Yek también se había convertido en una sombra, el éter soplado por el viento a través de la grieta de lo que ahora era su hogar.

viernes, 2 de agosto de 2019

La dermatóloga: Juro por Apolo médico, por Esculapio, Sigias y Panacea y pongo por testigo a los dioses y diosas...

La dermatóloga


Sé que he superado esa herida que ves en mi seno izquierdo
cuando al hablarme de la piel y dices dermis al tocarme justo en el plexo mi voz se quiebra y digo que hace frío
en el consultorio o me pongo a hablar de la anatomía de la noche
con sus bandas de malandros y los abastos que abren apenas una ventanilla
para venderte esa felicidad tinta carísima y celestial que me ponen los ojos rojos
y la voz caliente ya nos distrajimos dices y al otro lado de la ventana en aquella clínica
alguien muere tu mano se desliza desde mi plexo hasta mis lunares cancerígenos
o no tu boca sonríe tus labios se mueven hacia dentro hacia fuera donde mi pezón es un animal despierto un bicho moldeable voraz que se posa por primera vez entre tus dedos
ríes y me invitas a comer a tu casa tu madre preparará pollo asado y arroz
cómo te llamas pregunto en voz baja
regresas a ti como después de un largo viaje
recitas el juramento de hipócrates en silencio
no puedo lavar mi seno no puedo borrar tu tacto
como aquel muerto entre paredes blancas y frías
y la ciudad desplazándose como las horas como tus manos
sobre mi cuerpo tardío.

viernes, 24 de mayo de 2019

Con los dedos








Amé con la punta del pulgar
en lugares imposibles
en cada ciudad detrás de casetas telefónicas
en puentes y ríos sagrados
en mcdonals con menús de pollos picantes y helados de té verde
en hoteles fríos con humedad en los labios libidinosos
amé la consistencia de la piel híbrida al tacto
tu cicatriz en la espalda 
entera hasta el desgaste lunar de la raja de tus glúteos recién hechos
el estribillo que cantabas cuando volvía tu esposo con la llave de tu habitación de hotel
tu primera vez en mi lengua tu primera vez en cualquier lengua
con cartas que iban y venían para decir te quiero
amé en París tu lengua en mi cuello a las 7 de la mañana en la gate 407
cuando la mañana se asentaba en la cama con mis huellas desprendidas
tu beso cálido cuando el semáforo cambiaba a verde aquella noche de febrero de 2004
el perfume de la noche y el lunar de tus senos que dividían la vida en sueños e insomnios
amé tu ojo verdísimo tu crudos mapas de asociaciones incrustados en mi plexo
 el sabor del chocolate amargo después de hacerte el amor el tabaco mentolado 
la hierba húmeda el reloj de la UCV marcando las diez en un día soleado y tú
tú caminando por la hierba comiéndote la hierba venerando la hierba
amé lo impalpable
 en Madrid Beijing París Caracas
amé los diferentes cuerpos suaves o extensos con los que apareciste
y desapareces.

QUÉ SUCEDE

  A Josephine, mi otredad Qué sucede cuando sientes una conexión tan intensa que el otro se va, cuando se sienten los corazones latir en las...