A VECES EL DESEO ES TAN GRANDE, que nada lo puede contener: "La provocación del DESEO QUEMA; puede consumir hasta su fin la riqueza; puede consumir la vida de aquel cuyo deseo provoca." Georges Bataille.
...tal vez otro poema de amor.
Llueve en Uzbekistán. En los minaretes donde grito tu
nombre amanece. Llueve en esta pocilga de madrugada donde atajo las gotas con
una ponchera de plástico y tu nombre rosado, vástago desaparece detrás de mis
ojos. Los sueños los devuelve el desierto, intactos: tu mano debajo de la mesa
tocando el abismo inconmensurable de la sombra de mi pierna en movimiento. Bajo
al sur donde la lluvia es una exequia al dolor, huele a tierra mojada y a sexo
recién lavado. Amurallo mis tormentas de la necesidad de ser: Llueve en
Leningrado sobre Anna, el fantasma de Tsárskoie
Seló. Una nube gris tiembla en el
piso y por mi falda mexicana llueven las sábilas en el campo. Demasiado ruido
en el elevador de espíritus, demasiada oscuridad y obscenidad en la tecnología
del deseo, es decir, Huyo como un cadáver inflamado de deseo. La sombra de tus
ojos acecha los bosques, diluye las constelaciones, apaga la luna. Insisto:
tiembla en el Amazonas. Una mujer pare de pie para crear mundo. Nosotros los
indios, bajamos a la tierra para dragar la miseria. En la hendidura de la
profundidad de los ojos, se hace el fuego: Lo que es propio se hace
indiferente. El río fluye sucio a través de los hombres. El pilón almidonado se
desliza sobre tus lágrimas nocturnas. Te escribo en el huerto cuando aún no
amanece. Bebo los sorbos de café con ron que trae la madre para el insomnio
pero no para la muerte. Trae el brebaje nocturno para el sueño pero no para el
amor. La mujer estaciona y levita. Es decir: se envenena, nace, duerme y tiene
sexo. Los cuervos giran sobre la tierra de madrugada cuando tiene lugar el primer
espectáculo sangrante. Un tobo deja el suelo. La luna hincha el vientre. Una
mano se desliza en la noche tejiendo el primer secreto. La mujer es un vicioso
caos en la razón del mundo túrgido. Ventana con vista oceánica en un mundo
revuelto por el silencio. Mi madre me dijo: Cuídate de una mujer en la ventana.
La mujer que atraviesa el oráculo de una visión empañada, entra en la historia
sola, sin apellido, preparada para la muerte. El sonido del amor resuena cuando
entras en la ciudad; es mayo y en Francia hay miles de estatuas cerca del Sena
que marcan los puntos cardinales de mi deseo. El cadalso se desplaza
sórdidamente en tus ojos mientras busco entretenimiento en el jardín de tus
caderas: hay un columpio que se mece solo hasta la orilla de la tesis inconmensurable.
Llueve ya en mi deseo como acabado por el dolor de no poseer. Nadie vio el
nacimiento de la ciudad pero sí su conflagración. Nadie vio tus pies descalzos
corriendo detrás de la luna pero sí el
deseo que corría tras tuyo con sus copas.
Las luciérnagas encienden sus luces amargas cuando el recuerdo nos deja solos, en silencio. La tarde se pierde detrás de los edificios de tus ojos amanecidos, que se tiñen de lila cuando acabas de llorar, soledad que huele a días y horas de trabajo perdido, a una única agonía.
Adriana R.
Las luciérnagas encienden sus luces amargas cuando el recuerdo nos deja solos, en silencio. La tarde se pierde detrás de los edificios de tus ojos amanecidos, que se tiñen de lila cuando acabas de llorar, soledad que huele a días y horas de trabajo perdido, a una única agonía.
Adriana R.
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